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La ciudad de Santiago de Compostela

El crecimiento experimentado por Compostela a partir del año 1000 la convirtió en una ciudad con gran peso religioso, político, económico y cultural. Su condición de sede apostólica, ser una de las archidiócesis más importantes de la península y cabeza de un señorío muy extenso y poblado, contribuyeron al establecimiento de instituciones religiosas, políticas, educativas y asistenciales que dejaron su huella en el urbanismo.

Desde la Edad Media, Santiago fue la ciudad gallega más conocida internacionalmente y aunque no fue reconocida como capital hasta el siglo XX, tuvo un papel preeminente, siendo en el siglo XVII, la más poblada de las siete ciudades del Antiguo Reino de Galicia.

Buena parte de la población vivía de la artesanía, del comercio o de las rentas del capital. El abastecimiento de productos básicos y materias primas procedía, por lo general, de las cercanías, sin renunciar a la importación de productos foráneos (aceites, paños, cerámicas de calidad...). En la Edad Moderna fue un importante centro de comercialización de sus productos artesanales y de redistribución de mercancías procedentes de otras regiones.

Un lugar para el culto. La evolución del santuario

El origen de Santiago de Compostela está unido a un lugar de culto precristiano. Los restos identificados como la tumba del apóstol Santiago sugieren que se trata de un mausoleo, erigido en época alto imperial romana (siglos I-II d. C.), en una necrópolis de la que se conocen, entre otros restos, varias inscripciones funerarias. La atribución de la condición de tumba apostólica supondría el inicio, o tal vez la continuación, de profundas transformaciones de su estructura y de su entorno, surgiendo un pequeño núcleo rural conocido como Locus Sancti Iacobi. Un primitivo templo, pronto sustituido por otro mayor, junto con otras construcciones religiosas y defensivas, dieron, alrededor del siglo X, una dimensión urbana a este recinto.

A partir del siglo XI, con el auge de las peregrinaciones y con el apoyo de la monarquía y del papado, la Iglesia compostelana llevaría a cabo un gran proyecto para contar con un santuario acorde con su categoría de sede apostólica. El templo románico pasó así a convertirse en sede de la diócesis y se transformó en catedral de la «Santa Apostólica y Metropolitana Iglesia de Santiago».

El mausoleo apostólico como generador de la urbe

Los restos conservados del sepulcro fueron objeto de muchas interpretaciones. Se trataría de una construcción de planta cuadrada posiblemente con doble altura. La inferior estaba dividida en dos estancias: una con restos de un mosaico tardo romano y otra con tumbas de ladrillos en altura. La tradición sitúa en la primera estancia los restos de Santiago y en la segunda los de sus discípulos Atanasio y Teodoro. Tradicionalmente se consideró que en la planta superior se encontraba el primitivo altar para el culto al Apóstol. Esta parte alta fue eliminada en la remodelación románica de la basílica. Independientemente de su formato, el edículo sería el enterramiento más distinguido en la necrópolis romana. Se documentaron enterramientos cristianos del siglo V, aunque parece que en el siglo VII se abandonó el lugar.

Las basílicas de Alfonso II y Alfonso III

Hacia el año 830 Alfonso II levantó sobre el sepulcro del Apóstol un modesto templo del que hay muy poca información. Tendría nave rectangular simple y dispondría de un baptisterio exento por el norte. Cuando Alfonso III sustituyó esta construcción por otra nueva lo justificó diciendo que era pequeña y de poca calidad. La nueva basílica fue consagrada en el año 899 y levantada al estilo propio de las construcciones prerrománicas asturianas. Tenía mayores dimensiones, disponía de una cabecera amplia para albergar varios altares y el sepulcro, tres naves y un pórtico en la entrada principal de poniente. En su decoración se incluyeron elementos tardo romanos y visigodos procedentes de Al-Ándalus. Tras ser arrasada por Almanzor en el año 977 esta basílica fue reconstruida por el obispo Pedro de Mezonzo.

La basílica románica

En 1075 comenzaron las obras de la cabecera románica siguiendo el modelo de «iglesia de peregrinación» que permite compaginar la celebración del culto sobre el sepulcro y el fluir de peregrinos ocupados en otros rituales. Esta primera fase concluyó hacia 1088.
Durante el mandato de Diego Gelmírez (1093-1140) se desarrolló la segunda etapa de las obras: se concluyó la cabecera, se organizó la capilla mayor y el crucero con sus fachadas, y se avanzó en el brazo mayor. La última fase románica coincidió con la incorporación del Maestro Mateo en 1168 cuando se construyeron los tramos finales, el Pórtico de la Gloria y se solucionó el problema del desnivel de la fachada oeste.
En 1211 se consagra la catedral románica.

El proyecto gótico

El arzobispo Juan Arias (1238-1266) promovió importantes obras en la catedral y la dotó de un claustro acorde con el resto del templo y con el refinado ceremonial empleado en las celebraciones litúrgicas del momento. Contó con un programa decorativo complejo con motivos tomados del Maestro Mateo.
Por su parte, el proyecto inacabado de la cabecera gótica suponía dotar a la basílica de un amplio espacio ceremonial hacia el lado este, pero diversos problemas sociales impidieron proseguir las obras ejecutándose parcialmente el lado norte, hoy bajo las escaleras de la plaza de la Quintana.
Entre finales del siglo XIV y XV se construiría el actual ciborio, los fundamentos de la torre del reloj y se reforzaría el aspecto defensivo del conjunto catedralicio.

La catedral renacentista y barroca

La construcción del actual claustro renacentista en substitución del medieval fue la intervención de mayor envergadura del siglo XVI. Obra de Juan de Álava y Rodrigo Gil de Hontañón, supondría una gran modificación del contorno meridional de la catedral.
En el siglo XVII se inició la transformación exterior de la basílica ofreciendo el aspecto eminentemente barroco que apreciamos en la actualidad. En ella intervinieron arquitectos y maestros de obras como Vega y Verdugo, Juan Peña de Toro, Domingo de Andrade, Fernando de Casas y Novoa, Lucas Ferro Caaveiro, Clemente Fernández Sarela, Domingo Luis Monteagudo, Ventura Rodríguez y otros.
Interiormente se acometieron también importantes obras con nuevas capillas (Cristo de Burgos, Pilar...) y se remodelaron otros espacios como la capilla Mayor con su baldaquino, etc.